Dos nuevos estudios en los Estados Unidos revelan que los mosquitos pueden adaptarse para resistir temperaturas extremas y sequía. Por qué estos hallazgos podrían cambiar las estrategias de control de dengue, malaria y zika

Entre las 3500 especies de mosquitos que existen en el planeta, unas pocas son capaces de transmitir virus y parásitos que pueden dañar la salud de los seres humanos.

Pero esas pocas provocan más de 700.000 muertes anuales, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), y hay grupos de científicos que las investigan. Dos nuevos estudios, que fueron realizados en los Estados Unidos, arrojaron luz sobre la capacidad de los mosquitos para adaptarse a las condiciones ambientales cambiantes.

Uno de ellos fue publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) y analizó cómo los mosquitos pueden evolucionar para soportar temperaturas más altas.

El otro trabajo, publicado en iScience, examinó el impacto de la sequía en el comportamiento de alimentación sanguínea de los mosquitos y su relación con la transmisión de enfermedades.

Esos hallazgos refuerzan la importancia de comprender los efectos del cambio climático inducido por actividades humanas en la biología de los mosquitos y en la propagación de enfermedades.

Los mosquitos han sido históricamente considerados una de las mayores amenazas para la salud humana. Se sabe que son los principales vectores de enfermedades infecciosas y que su capacidad de reproducción rápida dificulta el control de sus poblaciones.

Antes de los estudios recientes, las investigaciones sobre el cambio climático y los mosquitos sugerían que las altas temperaturas podrían reducir sus poblaciones en ciertas regiones al hacer que sus hábitats se volvieran demasiado cálidos para su supervivencia.

También se consideraba que la sequía podría disminuir su número al reducir los sitios de reproducción acuáticos.

Sin embargo, los nuevos estudios han demostrado que hay poblaciones de mosquitos que pueden resistir temperaturas extremas y modificar su comportamiento para compensar la falta de agua.

Estas adaptaciones podrían influir en la propagación de enfermedades en condiciones climáticas más extremas, aunque se requieren más investigaciones para determinar sus efectos a largo plazo.

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