La escena musical platense tiene una identidad propia, gestada entre patios de facultad, salas de ensayo recicladas y bares donde el público llega antes de que empiece la prueba de sonido. En La Plata, la música no es solo entretenimiento: es una forma de comunidad.
Bandas como El Mató a un Policía Motorizado, Las Ligas Menores o Isla Mujeres son solo la punta visible de un iceberg subterráneo. Detrás hay decenas de proyectos emergentes que se gestan en la trastienda de espacios como Guajira, Ciudad de Gatos o Pura Vida.

Lo interesante es que la escena no está centrada solo en el rock. Hay una ebullición de géneros: electrónica experimental, tango queer, folklore indie, trap con instrumentos reales. En todos los casos, lo que predomina es la autogestión y una fuerte raíz local.
Los artistas platenses no buscan complacer al mainstream: proponen una estética honesta, muchas veces artesanal, con letras que hablan de la ciudad, sus estaciones, sus trenes que no llegan y sus plazas que siempre están abiertas.

En un mundo donde la música se globaliza en algoritmos, La Plata suena diferente porque todavía cree en lo colectivo, en el ensayo compartido, en el recital como rito y no como producto.